09 septiembre, 2016

Un verano de helados

Hasta que no llegué a Francia no había comido helados en pleno invierno. En verano todos los que podía o me dejaban siendo pequeña, sobre todo de los de Camy que eran los de la tienda de casa de mi abuela; polos, cornetes, en bloques. 




Una vez aquí comprobé que poner helado de postre una vez la temporada estival acabada no era nada extraño. Mucha gente tiene en sus neveras los envases de Carte d'Or y tiran de congelador como otros de su despensa y de la piña en rodajas. 



El franchute es muy goloso y en cuanto puede nos cuela en la compra las tarrinas de chocolate, que no es que me disguste pero que de tanto verlo me apetece pocas veces. 
Aprovecha además si viene su hermano a cenar para comprar dos o tres tarrinas más y si hay algo que celebrar se decanta por algo menos básico y elige otras marcas, pero no quiere que falte helado, porque sabe  a su hermano le gustan tanto como a él y en el mano a mano y cucharada a cucharada no hay quien les gane.


Cremino



En Niza por la proximidad con Italia hay muchas heladerías y algunas estupendas. En agosto creo que comimos helado prácticamente todos los días. La primera semana sin las gallis aprovechamos para volver motorizados a los sitios que conocemos; Oui Jelato, Arlequin Gelati (la de coco y almendras está buenísima y Persépolis, con pistacho, azafrán y rosa hay que probarla) , Fenocchio (las heladerías más conocidas de Niza con decenas de sabores), Amorino (donde ya hace años cuando abrieron la tienda en Paris en la rue de Buci me hice asidua), Le Paradis du Fruit (una noche cenamos un copón de helado y frutas, mi combinación preferida)...





Luego nos fuimos a Barcelona y aprovechando la reciente apertura de Rocambolesc, me llevé apuntadísima la dirección y creo que le repetí 10 veces al franchute que teníamos paso obligado por Las Ramblas para probar los que pensaba eran los mejores helados de España y parte del extranjero. Y qué decepción... Lo primero porque en el local barcelonés, no sé si por el reducido espacio, los sabores eran un número escaso, lo segundo porque el que yo iba buscando (los de coco son mis preferidos y los que me permiten las comparaciones) no lo tenían. Resulta además que lo sirven desde una máquina y toda la experiencia previa visual, la pequeña espera saltando de color en color, que te hace desear tu tarrina o tu cornete aún más, sencillamente no existe. 


Los dos chicos que estaban detrás del mostrador eran majos, pero tenían el pequeño escaparate poco lustroso por no decir guarrete, con los toppings esparcidos entre los cubiletes donde los tienen. Me pedí el de mango con lavanda  (los sabores a flores son numerosos por ejemplo en Fenocchio y también me pirran) y Edouard uno de chocolate, con nuestros tres toppings de rigor. En cuanto tuvimos el botín en las manos nos desviamos por el Carrer de Ferran, para dejar atrás el gentío y cruzar por el Barri Gotic hasta llegar al Born.

Nuestras primeras palabras fueron para intercambiar la impresión de que no era para tanto y a punto estuvimos de entrar en otro sitio y pedirnos otro, pero nuestra poca cordura nos frenó por una vez. El caso es que haber bajado andando desde la estación de Gràcia hasta el Liceu, pensando en la recompensa que nos esperaba resultó algo frustrante, Rocambolesc fue un flop en toda regla.
Es mala hasta la foto

Otra de las cosas que quise probar en Barcelona fue el helado de nieve japonés. La tarde en la que cada uno hizo lo que más le apetecía, yo me fui al Barri de Gràcia, además de ver la Plaza del Diamante, de entrar y salir de librerías, de hacerle una foto a la pastelería Montserrat * y de comprarme unos pantalones en una tienda Natura, lo que buscaba era Kakigori.






Se trata ni más ni menos que de un granizado cuando ya te has bebido casi todo el líquido y tienes que machacar con la pajita la escarcha que se va quedando sin sabor. Curioso pero no me lanzaría yo a abrir franquicias con el concepto. El bloque de hielo lo va raspando una máquina a modo de kebab y luego te añaden por encima el sirope que elijas, ni más ni menos. Hielito y azúcar.




En nuestra etapa en Valencia, él descubrió el helado de leche merengada y yo las dos noches lo que pedí fue una horchata mixta (medio granizada - medio líquida) que me encanta. 





En Lisboa no perdimos comba, además de Weeel, los helados de yogur que te sirven desde una pequeño van y de probar algunos más, dimos con la heladería que más nos ha gustado hasta ahora, la que se coloca en la posición número 1 de nuestro ránking personal. Davvero. Mitad de precio que en Amorino, con esa misma textura del helado italiano, más originales y si me arriesgo hasta más grandes. Se encuentra en la Praça de Sao Paulo, tiene mesas para tomarte tu helado dentro o fuera en la terraza.  Probé uno de kiwi y plátano que estaba de sobresaliente. Descubrimos el sitio ya el último dia, yo llevaba el móvil sin más espacio para fotos y tengo pendiente reenviarme las que hice con el del franchute que estaba fiebroso y con pocas ganas de nada, pero que no perdonó su cornete...





Y vosotros, ¿coméis muchos helados?


* Esto puede parecer una tontería pero cuando no has encontrado nunca nada que lleve tu nombre, cuando lo veo escrito fuera de mi contexto me hace ilusión