Este título de Juan Luis Guerra, perfecto para el pachangueo, las fiestas bailonas o cualquier corrido salsero, ha perdido todo elemento ligero y agradable a mis oídos. La próxima vez que lo escuche no se me irán los pies, recordaré una de las peores noches de mi vida.
No, no fue la primera ni la siguiente; resultó ser la tercera noche de vida de mis gallifantas (ahora ya con nombre, para los que no tenéis Instagram... María y Carmen).
La historia de su nacimiento aún no la tengo en mente puesto que sigo en el hospital y el capítulo no se ha cerrado, aunque espero poder pensar y escribir sobre ello para poder recordarlo con el paso del tiempo.
Esa noche, la más pequeña de las dos, en peso y talla, Carmencita, la pasó en fototerapia porque los niveles de la bilirrubina le hacían recibir tal atención. Algo banal en los bebés que entiendo no supone nada extraordinario dentro de los primeros días de vida.
El caso es que a ella el tener que separarse de su hermana ( ya no voy a decir de mí por no exagerar), la venda de los ojos y quedarse medio desnuda colgando de una hamaca expuesta a la lámpara de rayos azules, no le hizo mucha gracia...
Y así se lo hizo entender a todo el que la escuchó durante los dos ciclos de 4 horas que se pasó llorando y entre los cuales me la dejaron temblando en los brazos dos veces durante las dos pausas...
Salí de la habitación por primera vez aquella noche, sin saber muy bien donde se encontraba el nido común de los bebés, (¿por qué no hice durante el embarazo la visita guiada de la maternidad que proponen para conocer los locales?)...
Guiada por su llanto desvalido, no me costó encontrar la pouponnière. El franchute me había advertido de que no fuera a verla allí, pero incapaz de pegar ojo en toda la noche me atreví y 5 segundos después me volví a la habitación con el corazón en un puño.
Cuando a las 7 de la mañana me la devolvieron a la habitación y la acurruqué contra su hermana mil y una emociones se agolparon.
"Votre fille est très tonique" o "C'est une pile électrique" fueron alguno de los comentarios de las matronas que estuvieron a su cuidado.
Durante el día todo el mundo me habló de las hormonas y me dijo que no tenía que llorar, me impidieron de algún modo vaciar todo un saco (o dos) de miedo contenido y por contener, que supongo arrastraré un tiempo hasta que sea capaz de pensar en ello sin perder la sonrisa.
Hasta esa noche, la alegría de su llegada a este mundo venía mezclada con la incredulidad al mirarlas y pensar que eran los dos bebés de mi vientre. Me convertí en madre a todos los efectos el día 7 a las 13h33 y a las 13h34 pero me sentí madre esa madrugada del 10 de mayo. ¿He dicho que fue una de las peores noches de mi vida? Es raro porque también fue la mejor noche de mi vida.
Me sube la bilirrubina, ¡ay! me sube la bilirrubina.