El sábado me quemé, no sé si fue con el horno o con una sartén, rodeada como estaba de preparaciones culinarias varias.
No es nada, puse un momento el dorso de la mano debajo del agua y hoy ya tengo solo una costra que no creo que me deje marca. Casi al lado tengo una pequeña cicatriz debido a la quemadura de un cigarrillo hace ya tres décadas...
Entiendo a la gente que desee tatuarse para marcar alguna etapa de sus vidas, porque suelo pensar en los momentos o personas que tienen relación con mis cicatrices cutáneas, que hacen mi cuerpo diferente de cualquier otro, a modo de tatuajes de la vida y de sus pequeños accidentes.
Tengo siete.
La primera fue la del tobillo izquierdo. Una de mis tías me llevaba en bicicleta, de casa de una abuela a otra, sin asiento infantil, a la antigua usanza… y supongo que ya cansada de haber separado las piernas durante la bajada de las Vistillas hasta la plazoleta del cura, mi pie izquierdo acabó rozando el radio de la bicicleta. No tuvo que ser muy aparatoso porque casi no hay músculo ni carne en esa zona huesuda del tobillo, pero de recuerdo tengo una marca del tamaño de un euro. Gracias Tiama :O))
Como herencia por parte de mi padre me vienen unos tejidos conjuntivos algo flojos. Por eso soy miope magna y por ello imagino me salió une hernia inguinal de la que me operaron con pocos años de edad. “La niña del mamà no me dejes” me rebautizaron en la planta del hospital…
La del cigarrillo de Ducados plantado en la mano fue obra de mi tío Cruz, que a pesar de ello fue una persona muy querida y muy importante de mi infancia. Es curioso recordar como en aquellos años 80, los adultos fumaban prácticamente encima de los más pequeños.
Me cosieron también unos puntos en la barbilla cuando me caí mientras jugaba en casa de unos amigos y di con la cabeza en el suelo. Prácticamente invisible, me recuerda que nunca fui una niña tranquila y modosita.
A los 9 años, se sumaron dos cicatrices más como consecuencia de una tarde de juegos con mi hermano y mi primo. Tuve suerte, podría haberme hecho mucho más cuando me tragué la puerta de cristal en casa de mi abuela. Ya no recuerdo el orden en el que nos perseguíamos, pero mi primo que tendría por aquel entonces casi tres años salió indemne, mi hermano seguro que sigue con el susto en el cuerpo y a mí me cosieron un tendón del pulgar de la mano derecha (que todavía se resiente y que me deja un sabor metálico en la boca cuando lo aprieto) y el interior del brazo derecho, con una cicatriz de 16 centímetros que si bien fue a alojarse entre la axila y el codo, también podría haberse impreso en mi cara… Estoy en cierto modo orgullosa de ella, por lo grande que es y porque me recuerda que debo agradecer siempre el golpe de suerte o la intervención divina de aquella tarde de agosto del 89.
Desde 1989 hasta el 2014 no había vuelto a marcar mi cuerpo. La última cicatriz en mi contador es la de la cesárea. No era lo que tenía previsto pero Carmencita decidió por las tres y así hicimos. Como es la más reciente, sigo sin haberla adoptado del todo y me sorprende que pudieran salir las dos por esos escasos 10 centímetros.
¿ Vosotros tenéis cicatrices cutáneas que cuentan parte de vuestra vida? Las mías al final hablan de mi pueblo, mi familia, mi energía y mi fe, todo lo que me transmite fuerza.